La puta del rey.

(imagen extraída de: Ray Caesar Gallery)

No es fácil ser la puta del rey; siempre dispuesta: piernas abiertas, polvos de arroz y sonrisa en la cara; como el bufón: entreteniendo cortesanos y llorando cuando se corre el telón, -aunque con la salvedad de que el enano tiene venia para el escarnio de su Majestad-.

LLegué a palacio cuando contaba con diez años, con sólo catorce conocía ya todos los secretos de alcoba. Su Majestad tuvo la deferencia de invitarme a los aposentos del ala norte, donde el bullicio de la Corte se acalla y se revelan las más oscuras pasiones: sexo y política. Allí aprehendí, con el descubrimiento de las Indias, nuevos placeres de la carne y estas esencias de amapola que retengo hasta el extertor, a escondidas, por si en uno de estos viajes de adormidera me crezco y escupo el odio y el tedio.

En los momentos de descanso disfruto lo que puedo: paseos por los jardines reales, fiestas de cortesanos, música de clavicornio en el salón de los espejos. Disfruto del poder que me otorga la cama real: bajo los rasos cedo, me humillo.

Esta noche se celebran las exequias de la puta del rey; así asciendo a su puesto, por experiencia y méritos. Ayer el filo de la guillotina le separaba la cabeza del cuerpo, hoy la fiesta en el jardín comienza con fuegos.